Nunca es suficiente

Durante la semana, todos nuestros días eran relativamente parecidos; levantarse, revisar si había agua, si es que había, hacer algo de deporte para luego ducharnos, si es que no había, vestirse, ir a la esquina con bidones a bombear agua, para ducharnos con baldes, lavarnos el pelo entre nosotras, e irnos al hospital a trabajar.
En el Hospital, tuvimos días buenos y malos. Nos toco vivir emociones fuertes casi todos los días, pena, rabia, impotencia, pero también alegrías enormes, que nos daban el impulso para seguir.
Después de cada día en el hospital, volvíamos a la casa en la tarde y no había mucho más que hacer. Acompañábamos a mama Bitti a cocinar, jugábamos cartas, salíamos a caminar y jugar con niños, hasta que rápidamente oscurecía y había que ir a recuperar energías para empezar un nuevo día.
Dentro de esta “rutina”, se nos ocurrió hacer algo distinto. Tener una tarde entretenida junto a nuestra familia Ugandesa y disfrutar de algo muy fuera de lo común para ellos. Decidimos cocinarles Pizzas. Ellos estaban expectantes, nunca en su vida habían escuchado la palabra pizza. Nosotros solo les dijimos que se relajaran y que íbamos a encargarnos de todo. Nos esforzamos en encontrar todos los ingredientes necesarios, en pensar cómo íbamos s lograrlo sin horno, solo con un brasero y carbón y sin todas las cosas que con las que cocinamos normalmente.
Llego el día. Pusimos música, cosas ricas para tomar y espontáneamente se dio un clima en donde la familia y amigos invitados, nos rodeaban mirando atentamente que cosa tan rara estábamos haciendo con masa, queso y verduras. Ellos se reían, y nos preguntaban constantemente el por qué de las cosas, y cuál sería el resultado final. Con mucho trabajo en equipo, logramos que las pizzas resultaran excelentes. Empezamos a repartir uno a uno, mirando atentamente cual sería su reacción. A todos les encanto, expresaban su alegría bailando y comiendo, y pedían más y más. Dentro de este ambiente de fiesta, baile y felicidad estaba Kevin, de unos 7 años, el hijo menor de nuestra familia. Ya llevábamos rato compartiendo y nos dimos cuenta que Kevin aun no probaba la pizza, y que silenciosamente agarraba trozos y salía corriendo hacia la parte de adelante de la casa, que daba a la calle. Salimos tras el sin que se diera cuenta y nos encontramos con una situación que realmente nos hizo cuestionarnos el mundo en que vivimos.
Kevin, un niño de solo 7 años, estaba repartiendo pizza a sus amigos de la calle con toda la bondad y solidaridad del mundo, sin haberla probado el antes, y sin esperar nada a cambio.
Los niños estaban felices, ver esas caras de emoción de probar algo tan desconocido para ellos y tener la bondad de compartirlo con los demás, es impagable.
Situaciones como esta son las que hacen que inevitablemente nos replanteemos nuestra vida entera, que aprendamos a agradecer todos los días lo que tenemos, a ser felices con cosas simples y a no caer en el querer más y más.
Al final del día estábamos todos felices, logramos el objetivo de querer hacer algo distinto, de entregarle a nuestra familia y amigos una tarde diferente, solo de alegrías. Pero más que eso, ellos sin quererlo, nos entregaron algo aun más grande; la enseñanza de ser feliz.
